El programa es crudo y rancio.
No me asusta el contagioso don de la indiferencia.
Yo he jugado con la mirada ajena
y la he borrado con otra, odiosa y negra.
He gemido el dolor pegadizo
y también vomité sollozos azules
de las llamaradas del infierno.
Y aquí estoy. Sobreviviendo.
Hago un pozo en mi espíritu,
en mi alma mecanizada
y ubico entre las fauces del costo
al tercero…
El programa sigue siendo fatuo,
las vanidades luchan por ocupar el trono;
en tanto, la víctima del mundo
ha perecido en el intento
de ignorarme.
La trampa de Poseidón
Reaccionan las aguas ermitañas
y Poseidón ameriza cientos de lanzas
a los rayos de los monstruos
que babean su poder de hombre.
Un cadáver yace en la arena
minimizando con su cuerpo
lágrimas y muecas.
Una camiseta roja flamea
entre un par de manitos hinchadas
que juegan con caracolas
ondeando esperanzas vacías
y efímeras barbaries globalizadas.
Nadie lo ve irse al fondo
al hueco profundo y negro de la muerte
y la inocencia atrapa el tiempo
mientras el mundo cabe en rieles de hierro.
Los amos y maestros
declaran su destino en un contrato.
Afilan sus colmillos en fastuosas presas
y cubren su poder
fabricando fronteras que maquillan su dinero.
Hay un cuerpo flameando
en la arena del Universo.
Es un niño que ha detenido su tiempo
para travestirse en huesos, carne y olvido.